Mena. Cartel coronación canónica Virgen de la Soledad

c44b3abd57ccfbc620ba9eaafbc28bd6_LAutor: Francisco Naranjo Beltrán

Presentador: Pedro Luis Gómez

Observaciones: el cartel quiere representar a la titular de la Congregación de Mena coronada como Reina de Cielos y Tierra, como faro y guía de náufragos y navegantes y verdadera Estrella de los Mares. La pintura recuerda la leyenda y el vínculo de la Virgen con la marina. El motivo central es la efigie de Nuestra Señora de la Soledad en el momento mismo de su Coronación. Entronizada, sentada en un fastuoso trono de oro, símbolo verdadero de su majestad. Este estrado se eleva sobre un escabel conformado por varios peldaños donde quedan grabadas las letras que anuncian la efeméride. El asiento se encuentra flanqueado por dos leones de oro. En este caso los leones representados son directamente traídos de aquellos esculpidos en piedra que guardan las escalinatas de la fachada principal de la Catedral.

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María, ocupa su asiento en este trono de gloria, apareciendo sentada y cubriendo púdicamente su regazo y sus piernas con el mismo manto que protege sus hombros. Descansa uno de sus pies descalzos sobre un cojín, al mismo tiempo que pisa una rosa blanca. Flor que, como su gracia virginal sobre los creyentes, se derrama por la escala que eleva su solio. Según la tradición cristiana, la rosa blanca representa los misterios gozosos de la Virgen, a quien en las letanías se la denomina Rosa Mística.

En su ajuar de coronación, la Virgen de la Soledad se presenta ceñida con el fajín de de Almirante de la Armada Española, ratificándose así en la pintura, su estrecha vinculación secular desde la milagrosa salvación de los náufragos en 1756. Con la intención de apostillar el sentido salvífico de la efigie de la soledad, su figura se convierte en el principal foco luminoso del cartel, un brillante faro que guía a buen puerto a los galeones que buscan llegar a tierra desde un mar en calma, en una noche clara, iluminada por un cielo estrellado donde las constelaciones se disponen, como suelen en las noches del mes de junio en el hemisferio norte. Ese deseado mes de junio donde La imagen será coronada canónicamente. Este mensaje con el que la Virgen se nos presenta como guía y norte en la mar, se ratifica con el texto grabado en el respaldar del trono, un definitivo Stella Maris, estrella de los mares.

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Tras el trono, se yergue de forma rotunda y mayestática la figura del Arcángel Gabriel. Una versión iconográfica muy extendida en época medieval del pasaje de la coronación de la Virgen, tiene como protagonista a Gabriel, que como encargado en un principio, de llevar a María la nueva de la Encarnación del Verbo Divino en su vientre maternal, tiene el privilegio otorgado por Jesucristo, de colocar sobre las sienes divinas de la Virgen la corona de gloria con la que debe ser recompensada. Este modelo de representación tiene un claro precedente en uno de los tímpanos de la Catedral de Notre Damme de París. Siguiendo con la utilización de símbolos clásicos asimilados por la tradición cristiana, en la presente obra, Gabriel porta en su mano izquierda el caduceo, cetro con el que como mensajero de los dioses, se distingue a Hermes y que como portador de la noticia de la concepción divina a María, identifica al Arcángel. Con su mano derecha sostiene la presea con la que se dispone a ceñir las sienes de la Santísima Virgen. Una corona de laureles de oro. El laurel representa el triunfo, la victoria, asimismo, y en virtud de su perennidad, simboliza lo eterno, lo inmortal. Este rasgo característico no escapó a los romanos, quienes se valieron de él como distintivo de gloria. El laurel se hallaba consagrado a Apolo, y su follaje, por lo común, servía para glorificar a los héroes, genios, a los virtuosos. En este caso, los laureles son la mejor forma de coronar la cima de virtudes que significa la Santísima Madre de Dios en este caso bajo la advocación de la Soledad.

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Fuente: elcabildo.org

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